conocerse. Habían bebido y estaba el factor lluvia. El fisgon tenía meses y
meses de frustración acumulada y la mujer parecía dispuesta a cambiar su estilo
de vida. O simplemente funcionó la química entre ellos. O estaban desesperados y
cualquier cosa que ocurriera les daba igual. ¿Cualquier cosa? No lo creo. Ella
se entregó al beso y en el beso le hizo saber que no iría más allá. Él no hizo
caricias periféricas, aceptó la precisa connotación de aquel beso y sus
delicadas variaciones. En el beso, mientras sus corazones se aceleraban y el
deseo nublaba sus sentidos, se estableció un pacto. Aquel beso representaba una
droga pasajera, una especie de calmante para los nervios. Sabían que era el
secreto básico, el énfasis, el axioma. A cierto nivel ellos no eran
desconocidos, había en la historia de sus ansiedades, crisis de identidad e
insomnios los mismos cabos sueltos. En su proyecto abandonado de novela el
fisgón había escrito un párrafo sobre la belleza y el amor:
“El
estremecimiento es mi forma de identificar la belleza. Me conmueven el color del
pasto al final de un ardiente verano o una estrella que se desprende del oscuro
cielo. Si estoy con una mujer y escucho determinada música mi deseo de poseerla
aumenta. En la soledad cuando miro el cielo estrellado no llego a tener una
erección pero siento estremecerse mis huesos y al alma llega una rara brisa. No
quiero ser el amigo de ninguna mujer porque eso es un límite, quiero ser el
amante de todas las mujeres que me hagan estremecer.”
Por su parte la abogada
había copiado en una libreta de anotaciones unas líneas sobre el mismo tema. En
esa libreta había fechas y apuntes relacionados con su trabajo y también esta
vibrante afirmación acerca del estremecimiento:
“Me deprime el abismo entre
mis sensaciones y el margen de libertad que me otorgo. Un hombre se sienta a mi
lado en el cinema y siento como fluye mi sangre. Su mano roza la mía y en vez de
seguir el juego opto por cambiar de puesto. Desearía tanto que me hiciera el
amor y me da vértigo pensar en ello. Ese hombre podría leer mis pensamientos y
hacerse una mala idea de mí. He tenido la misma experiencia en ascensores y
aviones, mi reacción natural siempre fue reprimirme. No sé si ellos hicieron lo
suficiente, algo para anular el áspero efecto de las segundas intenciones.
Quisiera tanto precipitarme en el abismo con alguien sensible y desprejuiciado,
un hombre sin temor a estremecerse.”
Efraim Medina Reyes